Cuando nos
comunicamos a través de mensajes de texto es importante poder expresar nuestras
emociones. Una opción es usar onomatopeyas pero, de la misma forma que el gallo
hace “kikiriki” en español y "cock-a-doodle-doo" en inglés, la gente
se ríe “je je” en español y “he he” en inglés. Una alternativa que parece ser
universal son los emoticonos. Cuando mi madre (española) y mi suegra
(americana) se mandan mensajes, añaden un montón de sonrisas, corazones, y
signos de exclamación que no necesitan traducción. Al parecer gente de
distintos países, y con distintas lenguas, no tiene problemas para entender el
significado de los emoticonos.
Los usos
culturales de los emoticonos pueden ser distintos. Por ejemplo los japoneses,
para los que ser educado es muy importante, utilizan más emoticonos que los
americanos (Kavanagh,
2016). Sin embargo, la interpretación de su significado parece ser equivalente
independientemente de la lengua y la cultura. Las compañías de teléfono han
estandarizado los emoticonos, con lo que se están convirtiendo en símbolos que todo
el mundo reconoce. Está surgiendo un lenguaje universal que puede derribar
barreras lingüísticas (Azuma
& Ebner, 2018).
Las cosas
triviales son muy fáciles de transmitir con emoticonos, pero (en mi opinión)
cuando quieres mandar un mensaje serio no aportan mucho. Por ejemplo, si mandas
un mensaje a alguien preguntando por un enfermo, los emoticonos parecen fuera
de lugar. Aunque los haya tristes, como la cara llorando, parecen demasiado banales
para un mensaje sobre un tema importante. La posibilidad de eliminar barreras
lingüísticas es interesante, pero no estoy segura de que los emoticonos vayan a
ser lo suficientemente sofisticados como para escribir sólo con ellos. Yo los considero
una connotación que puede aportar mucho a la comunicación escrita, pero no un
lenguaje en sí mismos.