Nos conocíamos desde
hacía seis meses, era una mañana de verano y estábamos en los acantilados del
faro de Santander (mi ciudad natal). Se giró hacia mí, me miró a los ojos, y me
dijo “I Love You.” Yo sabía lo
que me estaba diciendo, lo que significaba para él,
pero la frase no me dijo nada. Entonces le pregunté ¿me lo puedes repetir en
español?
La profesora Catherine
Caldwell-Harris ha publicado diversos artículos en los que habla de cómo las
emociones asociadas con tu primera y tu segunda lengua pueden ser distintas. En
uno de sus estudios (Harris,
Aycicegi, Berko Gleason, 2003), midió la reacción emocional de los participantes
con unos electrodos que se ponen en la piel, y observó que los bilingües
reaccionan más a palabrotas y riñas (¡No te da vergüenza! ¡Vete a tu
habitación!) en su primera lengua. El lugar y el contexto en el que se aprende
una lengua (en casa o en el trabajo) tiene repercusiones a nivel emocional (Caldwell-Harris,
2015).
Se ha visto que los
efectos desaparecen en aquellos que han aprendido ambas lenguas de pequeños (Harris, 2004). También se
ha observado que gente bilingüe que habla muy bien sus dos lenguas tiene una
respuesta emocional parecida en ambas (Eilola,
Havelka, & Sharma, 2007, Sutton,
Altarriba, Gianico, & Basnight-Brown, 2007). En tareas de memoria
las palabrotas se recuerdan mejor, independientemente de la lengua en la que se
escuchen (Aycicegi-Dinn
&, Caldwell-Harris, 2009). Entender el nivel de emoción en una segunda
lengua tiene importancia cuando hablamos con alguien que ha aprendido esa lengua
de mayor o que no tiene mucha fluidez.
Yo soy un ejemplo claro
de bilingüe tardío, ya que no aprendí inglés hasta los veintiún años, y cuando
conocí a Dave mi inglés era bastante malo (una de mis bromas favoritas es que
nos enamoramos porque no teníamos ni idea de lo que el otro decía…). Cuando
Dave me dijo “Te Quiero” en español si que lo sentí de verdad, e inmediatamente le contesté “I Love You Too.”
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